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Norte-Paso de Calais, región ignorada durante mucho tiempo, ha cambiado alegremente sus grises oropeles de la era industrial por adornos más atractivos -el turismo se ha convertido en su segunda actividad económica.

Norte-Paso de Calais, región ignorada durante mucho tiempo, ha cambiado alegremente sus grises oropeles de la era industrial por adornos más atractivos -el turismo se ha convertido en su segunda actividad económica. Y ello sin renegar ni deshacerse de su comunicativo buen humor. Egros montones de escombros, fábricas humeantes o abandonadas, insalubres caseríos de mineros, cementerios militares... Hace veinte años, Nord-Pas-de-Calais no se visitaba, sólo se atravesaba. Hoy en día, aunque sigue siendo una región poco soleada con espesas nieblas invernales, fuertes vientos y precipitaciones frecuentes -más que abundantes-, el entorno ha cambiado totalmente. Ahora, la región atrae a numerosos visitantes ansiosos por conocer los acuarios de Nausicaà, disfrutar en los centros de actividades instalados en los yermos mineros, observar a la garza real en las marismas de Saint-Omer, pasear por las playas, participar en el carnaval de Dunquerque o visitar el museo de Bellas Artes de Lille. Hasta tal punto que el turismo se ha convertido en una de las primerísimas industrias de la región

La arquitectura flamenca de la Gran Plaza de Arras.

Como su propio nombre indica, Nord-Pas-de-Calais se encuentra en el norte de Francia, frente al estrecho de Calais, que separa el Reino Unido del continente y la Mancha del Mar del Norte. Sus aguas se mezclan entre el cabo Gris-Nez, el acantilado de arcilla, y el cabo Blanc-Nez, el acantilado de caliza, joyas sublimes de la Costa de Ópalo, llamada así por la fina piedra de reflejos irisados y azulados, como enturbiada por un ligero velo de bruma. La costa que va desde la frontera belga a Picardía es una de las mejor preservadas de Francia. Dunas y acantilados, sotos y bosques de fresnos, playas de arena fina y estaciones balnearias se suceden a lo largo de 140 kilómetros. Es el reino de Eolo, que esculpe las dunas, hincha las velas de los carros y hace volar las cometas.



140 km de playas y acantilados

Subiendo por el litoral hacia la vecina Bélgica se abre la planicie más llana y baja de Europa. Los moeres, marismas desecadas en el siglo XVII, cerca de Dunquerque, se encuentran incluso dos metros por debajo del nivel del mar. Todos los pólderes, conquistados tras una dura lucha con el mar, están rodeados de watergangs (canales de drenaje) y protegidos por un cordón de dunas. En las costas de la Mancha, una línea de imponentes acantilados de caliza hace frente a su gemela inglesa. En algunos valles, la arena marina ha ido acumulándose en las tierras pantanosas, haciendo retroceder así la costa. Hasta el punto de que Montreuil-sur-Mer, la mal llamada, está hoy en día a más de diez kilómetros del litoral...

Tierra adentro se extiende "la pálida llanura, siempre igual" (Emile Verhaeren, el poeta belga de principios de siglo) hasta los montes de Flandes por el este y, por el sur, hasta las abruptas colinas de la zona de Avesnes (225 m.). En esta "pequeña Suiza", cerca de las Ardenas, las carreteras sinuosas recorren sotos salpicados de vergeles de manzanos y estanques con abundantes peces. El resto de la región es llano, las únicas montañas son los cientos de terrils, enormes colinas artificiales fabricadas a lo largo de los siglos con los escombros de las minas de carbón. El terril de Loos-en-Gohelle es el más alto de Europa, mide unos 189m. Cuando el cielo está despejado, se divisan los rascacielos de Lille, situados a más de 40 km.

Los terrils de mina de Nord ya no se utilizan desde diciembre de 1990, pero algunos de ellos son ahora... pistas de esquí.

Desde estas cumbres se lanzan ahora los aficionados al parapente o... al esquí. Al pie de una base náutica de 35 hectáreas, la estación de Loisinord, en Nœux-les-Mines, ofrece a los esquiadores alpinos (bajada y eslálom) una pista de 320 m de largo y de 35m de ancho. En otros lugares, los terrils se han convertido en anfiteatros, miradores o parajes ornitológicos. Ya que en estas regiones urbanizadas con pocos entornos naturales, las 5.000 hectáreas de yermos mineros representan unos espacios inesperados de gran riqueza biológica. Los terrils, que aún están consumiéndose por dentro, dan cobijo a una fauna y una flora muy variadas (hasta 200 especies diferentes) y a veces sorprendentes. "Aquí hay higueras, manzanos, orquídeas y un tipo de musgo que sólo se encuentra en los volcanes de Hawai", declaraba recientemente el naturalista Vincent Cohez al semanario L'Evénement du jeudi.

Por el oeste, el relieve se eleva un poco, con las suaves colinas de Artois, repletas de hulla y cubiertas de légamo, propicias para la agricultura intensiva. A medida que nos acercamos al mar, cerca de Boulogne, las colinas son cada vez más abruptas y verdes, hasta llegar al fresco paisaje de sotos de la costa. Cerca de Saint-Omer se esconde, desde hace siglos, una marisma donde conviven hortelanos, creadores de este lugar, pescadores y enamorados de la naturaleza. Para descubrir estas 3.400 hectáreas de vegetación surcada por un laberinto de ríos y canales hay que embarcarse en una bacôve, gran barca chata para transportar ganado.


Las ciudades fortificadas de Vauban

Pero Nord-Pas-de-Calais, densamente habitado, es ante todo una región de ciudades. Ciudades industriales (Roubaix, Tourcoing, Calais) y ciudades mineras, con sus hileras de casitas obreras, todas iguales: courées1 del textil o corons2 de las minas. Durante más de un siglo, exceptuando algunas bellas y ornamentadas fachadas de fábricas, el sombrío y monótono urbanismo industrial enmascaró la herencia arquitectónica de las antiguas ciudades comerciantes, ya maltratadas por las guerras. Ya que por Nord-Pas-de-Calais han desfilado todos los ejércitos del mundo, desde los alabarderos españoles a la División Panzer. Blocaos, museos y desgarradores cementerios británicos, canadienses, americanos y franceses son pruebas de las nubes de fuego que se abatieron sobre la región durante las dos guerras mundiales que turbaron el siglo XX.

El beffroi de Calais.

Es cierto que las ciudades de Nord-Pas-de-Calais siempre se sintieron orgullosas de su beffroi3, símbolo de independencia y poder de la burguesía desde la Edad Media. Ahora se están descubriendo de nuevo, tras su reciente restauración, los fastuosos vestigios hispanoflamencos. Las 155 casas con soportales (siglos XVII y XVIII) que rodean la Pequeña Plaza y la Gran Plaza de Arras (capital de Pas-de-Calais), que se reconstruyeron fielmente después de 1945, han conservado su apariencia original, así como el patio flamenco de la Antigua Bolsa de Lille (capital de Nord), donde están instalados libreros de lance y floristas. También subsisten algunas fortificaciones y ciudadelas erigidas por Vauban4, aunque la mayoría fueron destruidas en el siglo XIX para facilitar el desarrollo industrial. Le Quesnoy, en la zona de Avesnes, con sus murallas de tres kilómetros y medio, perfectamente conservadas, es sin duda la visita imprescindible en la "Ruta de las ciudades fortificadas".

Carnavales

A causa de la urbanización intensa, y tal vez también de la tristeza del clima, la gente de Nord-Pas-de-Calais desarrolló muy pronto una gran actividad cultural. La música, con 700 agrupaciones municipales y 500 corales, es sin duda el arte más popular. En Lille, las sociedades de música fueron tan numerosas durante algún tiempo que la bautizaron "Orfeónvilla", la ciudad de las bandas. Entre los numerosos monumentos históricos y culturales de la capital regional se encuentra el Palacio de Bellas Artes, el segundo museo de Francia tras el Louvre. En este edificio, totalmente renovado en 1997, pueden admirarse numerosos cuadros de la escuela flamenca, pero también Las jóvenes y las viejas de Goya, Medea furiosa de Delacroix o El vaso de plata de Chardin. No muy lejos se encuentra el Museo de Arte Moderno de Villeneuve-d'Ascq, construido en 1983 y rodeado de vegetación. Además de 200 obras de arte cubistas de Braque y Picasso, dispone de un excepcional conjunto de cuadros y dibujos de Léger, Miró y Modigliani.

Pero los Ch'ti (habitantes de Nord-Pas-de-Calais) tienen ante todo el ánimo festivo. Para convencerse de ello, basta con entrar en un café o seguir las innumerables manifestaciones que continuamente alegran la región. No hay semana sin ducasse (verbena), festival, desfile de gigantes, pelea de gallos, mercadillo... En septiembre, miles de bradeux (vendedores de baratillo) acuden a Lille, desde la Edad Media, llenando decenas de kilómetros de aceras con los cachivaches de sus desvanes. Durante dos días y dos noches, se dan cita más de un millón de visitantes, con los ruidos y olores que despiden las montañas de mejillones con patatas fritas.

Los gigantes Belle Roze de Ardres y Yan Van Houtkapper de Steenvoorde expuestos en la Plaza de la Bolsa de Lille con motivo del estreno de la película Germinal, adaptación de la novela de Emile Zola.

Casi todas las ciudades organizan un carnaval y sacan regularmente a sus gigantes. Nord-Pas-de-Calais cuenta con unos 200 muñecos de mimbre de unos diez metros de altura: Martin y Martine en Cambrai, Lydéric y Phinaert en Lille... En Douai, a madame Gayant le cuesta traer a casa a su marido, que recorre todos los bares de la ciudad. La tradición de estas figuras tutelares está tan viva que, desde el siglo XIV, los representantes de estos héroes legendarios siguen casándose y teniendo hijos.

En primavera, Dunquerque vive varias semanas de jaleo, canciones y bailes, con el carnaval más prestigioso de la región. Las celebraciones recuerdan los días de alegría que antaño precedían, la víspera del Martes de Carnaval, la salida de los pescadores a Islandia. El cortejo de los "carnavaleros", disfrazados y pintados, recorre la ciudad bajo la protección del gigante Reuze Papa y dirigido por un tambor mayor vestido de granadero del Imperio. Esta alegre y grotesca mascarada recorre la ciudad interpelando a los espectadores, divulgando los pequeños secretos de la ciudad, regando a los transeúntes y lanzando pescados a la gente...

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